27 jun 2014

Sótanos y funerales.

En el pueblo donde vivo, cuyo nombre es tan extenso y extraño que no lo mencionaré, una vez una chica rubia y menuda, con unos ojos azules como el cielo y labios rosados muy carnosos, se muda de su casa, a una casa no tan lejos de donde antes vivía, ni siquiera tuvo que cambiar de colegio, pero es la casa más vieja de todas y más barata que en la que anteriormente vivía. Muchas personas decían que dicha casa estaba embrujada, pero ella y su madre atribuían estos mitos a que sus pisos todavía eran de madera, se usaban candelabros, era una casa grande, antigua y llevaba mucho tiempo abandonada.
Lucy era normal, ya saben, escuelas, clases, una mejor amiga llamada Karina,su mamá, e incluso su papá se pasaba algunas veces. No le molestó mucho el cambio de casa, pues la mansión era hermosa y sin duda elegiría el cuarto con ventana, estaba emocionada, pensaba pintarlo de blanco, como muchas veces veía en películas. Su cuarto, aunque precioso, tenía una puerta blanca que daba hacia el sótano. Lucy al principio no le presta mucha atención, pero un día en el cual estaba lloviendo y no tenía nada que hacer, abre la puerta y baja al sótano, allí descubre algo, a estas alturas, muchos años después de esto, todavía no se sabe lo que vio o cómo se enteró que allí se hacían los funerales de la ciudad, que allí, después de que las personas se quejaron e insistieron en crear un cementerio decente, comenzaron a hacerse cultos y sacrificios de una secta cuyo nombre se perdió entre los años y misterios. Lucy, a lo que nosotros, aunque no a ciencia cierta pensamos que vio un tipo de visiones, se aterra y corre hacia arriba y desesperadamente cierra la puerta, pero aún así siente que el pestillo no va a ayudar a mantener alejado a lo que allí estaba, que sabía, aunque no se lo habían dicho, que vendrían por ella. Llama enloquecida a su amiga y le dice que por favor la ayude a cerrar la puerta con más éxito, a lo que Karina acude con herramientas y comienza a arreglarlo. Después de un rato Karina le dice a Lucy que se ponga tras la puerta para ver si las cosas cerraban bien, ella lo hace, y cuando entra, su cuerpo se estremece, un viento frio recorre su espina dorsal, Lucy mira al suelo y ve el martillo que usaron para arreglar la puerta que ahora se encontraba cerrada. Al Karina abrir la puerta de nuevo, su amiga la mata no lo piensa dos veces y la golpea fuertemente en la cabeza, hasta que escucha los huesos de su cráneo partirse, hasta que siente la sangre y la materia gris chorrear por su cuerpo, hasta que ve la vida desvanecerse de los ojos de su mejor amiga. Luego , sin mucho miramiento, la entierra en el sótano, y aunque sin remordimientos, recrea un funeral para ella, honrando también las vidas que allí habían sepultado, dándose la vuelta y mirando con una sonrisa chueca a los que de alguna manera la habían incitado a cometer este crimen que la había llenado de emoción y lujuria.
 Después de eso no puede parar, necesita volver a sentir como le desgarra la vida a otras personas, necesita sentir la sangre manchar su cuerpo mientras su novio, un tal Will, le susurra al oído que eso ha sido genial, mientras su cuerpo se vuelve poco a poco plateado, anunciando así que él tiene que volver al sótano. Lucy sigue haciendo lo mismo con varias personas, incluso, en un ataque de nervios producido porque ya empezaban a sospechar de las muertes y no podía seguir arriesgándose, mata al perro de su vecina, para enterrarlo en el mismo lugar.
En el momento que supo que ya no había remedio, iban a encontrarla, pintó el cuadro más hermoso que jamás había pintado encima de las sepulturas, el cuadro era de un mar, un azul penetrante en el que había un cofre que estaba lleno de riquezas, en el cual escribió su nombre con tinta negra, Lucy Strof y lo subrayó con sangre, haciendo así una cara feliz. Fue descubierta, pero cuando eso ocurrió ella ya estaba muerta, con una nota manchada de sangre cerca del cuchillo con el cual se quitó la vida, la nota decía:
“Si quieren seguir viviendo, sellen la entrada al cuarto de sótanos y funerales”. Y la misma sonrisa desquiciada que esta vez plasmó con su propia sangre.
 Después de muchos estudios, los doctores no encontraron que ella tuviera problemas mentales, era una chica normal.

Historia escrita por: Paola Beatriz Pérez Castellanos. 16 años. Venezuela.

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